Reforma 12
*¿En qué estamos
fallando?
Por Raúl Campoy Robles
Navojoa,
Sonora. 19 de junio de 2017.- La lectura del
tema de esta columna lleva al
lector a cuestionarse en principio a su estilo de vida, al de su familia o al
de un conglomerado social que cada vez más se olvida de pensar de donde viene y
a donde va, en donde la crisis de valores humanos pone en riesgo a las presentes
y futuras generaciones.
Y es que en pleno siglo XXI, en el que el todo mundo corre a prisa a su centro de trabajo, escuela, a cumplir las obligaciones del hogar o solicitar empleo, según sea el caso, la responsabilidad como valor humano se observa en un reducido número de personas, en particular de los padres de familia quienes tienen en sus hombros la construcción de un hogar en donde se preocupan y ocupan de mantener la integración familiar. También existen otros que les importan una pura y dos con sal por decirlo de alguna manera, y dejan que el mundo ruede. Reflexionemos un poco al respecto y volvamos la mirada hacia atrás.
Para los nacidos en los cuarentas y cincuentas, el orgullo reiterado es que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo, que tenían que limpiar la casa, que lustraban sus zapatos, algunos fueron limpiabotas y repartidores de diarios. Otros llevaban al taller de costura la ropa que se elaboraba en casa o tenían un pequeño salario en la iglesia en donde ayudaban a oficiar la misa cada madrugada; en pocas palabras combinaban trabajo con estudios, los que tuvieron la fortuna de hacerlo ya que hay quienes no pudieron o no quisieron estudiar, lo cual es respetable desde cualquier perspectiva.
Actualmente es común escuchar a los padres y madres de familia decir: '¡Yo no quiero que mi hijo pase los trabajos que yo pasé! Y confunden el verdadero amor hacia sus hijos complaciéndoles en todo lo que ellos piden sin descanso, al grado de convertirlos en unos verdaderos parásitos que no valoran lo que usted tiene con esfuerzo de su trabajo.
Ahora, en un plan de desacato y falta de respeto hacia los padres y los demás, los jóvenes deben ser llamados varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela, se levantan irritados, porque se acuestan muy tarde hablando por teléfono, viendo televisión o conectados a la Internet. No se ocupan de que su ropa esté limpia y mucho menos pone un dedo en nada que tenga que ver con arreglar algo en el hogar. Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles defectos a sus padres, a los cuales acusan a diario de ¡Te pasas! “No eres como los padres de mis amigos (as)”
No aceptan ni valoran que les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues consideran que ya lo saben todo. Hay que darles su domingo del que se quejan a diario porque “eso no me alcanza”. Si son universitarios, siempre inventan unos paseos de fin de semana de los que, como menos uno sospecha es que regresarán con un embarazo o habiendo fumado un churro de marihuana, inhalado o consumido cualquier droga, solo por mencionar algunos de los peligros que les acechan en la calle.
Y es que en pleno siglo XXI, en el que el todo mundo corre a prisa a su centro de trabajo, escuela, a cumplir las obligaciones del hogar o solicitar empleo, según sea el caso, la responsabilidad como valor humano se observa en un reducido número de personas, en particular de los padres de familia quienes tienen en sus hombros la construcción de un hogar en donde se preocupan y ocupan de mantener la integración familiar. También existen otros que les importan una pura y dos con sal por decirlo de alguna manera, y dejan que el mundo ruede. Reflexionemos un poco al respecto y volvamos la mirada hacia atrás.
Para los nacidos en los cuarentas y cincuentas, el orgullo reiterado es que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo, que tenían que limpiar la casa, que lustraban sus zapatos, algunos fueron limpiabotas y repartidores de diarios. Otros llevaban al taller de costura la ropa que se elaboraba en casa o tenían un pequeño salario en la iglesia en donde ayudaban a oficiar la misa cada madrugada; en pocas palabras combinaban trabajo con estudios, los que tuvieron la fortuna de hacerlo ya que hay quienes no pudieron o no quisieron estudiar, lo cual es respetable desde cualquier perspectiva.
Actualmente es común escuchar a los padres y madres de familia decir: '¡Yo no quiero que mi hijo pase los trabajos que yo pasé! Y confunden el verdadero amor hacia sus hijos complaciéndoles en todo lo que ellos piden sin descanso, al grado de convertirlos en unos verdaderos parásitos que no valoran lo que usted tiene con esfuerzo de su trabajo.
Ahora, en un plan de desacato y falta de respeto hacia los padres y los demás, los jóvenes deben ser llamados varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela, se levantan irritados, porque se acuestan muy tarde hablando por teléfono, viendo televisión o conectados a la Internet. No se ocupan de que su ropa esté limpia y mucho menos pone un dedo en nada que tenga que ver con arreglar algo en el hogar. Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles defectos a sus padres, a los cuales acusan a diario de ¡Te pasas! “No eres como los padres de mis amigos (as)”
No aceptan ni valoran que les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues consideran que ya lo saben todo. Hay que darles su domingo del que se quejan a diario porque “eso no me alcanza”. Si son universitarios, siempre inventan unos paseos de fin de semana de los que, como menos uno sospecha es que regresarán con un embarazo o habiendo fumado un churro de marihuana, inhalado o consumido cualquier droga, solo por mencionar algunos de los peligros que les acechan en la calle.
En caso de quienes consiguen un trabajo, sus ingresos no los
administran y hay que seguir manteniéndoles, en el peor de los casos renuncian
para engrosar más las filas del desempleo. Recordemos los millones de jóvenes y aquellos no tan jóvenes que ni estudian ni
trabajan, llamados sencillamente Ninis. Una verdadera vergüenza.
A propósito del
tema que hoy nos ocupa, recientemente se
publicó la encuesta “Cultura Financiera de los jóvenes
en México”, elaborada por Citibanamex, la cual reveló que solo el 35 por ciento de la juventud en el
país apenas alcanza su
sueldo cuando llegan las
quincenas y el 9 por ciento acumula una deuda más cuando tiene que pedir
prestado para cubrir sus gastos. Y, lo que es peor, no hacen nada para cambiar los hábitos
equivocados en torno a su dinero, mucho menos adquieren el hábito de
ahorrar.
Según el instrumento de medición, el grupo etario en referencia lo representan
los mexicanos de entre 15 y 29 años de
edad, llamados Generación Millennial,
cuyas siglas son YOLO, que es la
abreviatura en inglés de You Only Live Once” (“Solo se vive
una vez”); desde luego que no todos los
Millennial asumen conductas y hábitos de
la naturaleza que
describe su comportamiento y actitud, hay quienes son todo lo contrario. A César lo que
es del César.
De acuerdo a la encuesta, los millennial están en todo, menos en lo que deben, ya
que en su cultura financiera forma
un papel nada aconsejable la
deuda que no pueden dejar debido a
que se han esclavizado de los gadgets
que adquieren con tarjetas, lo mismo el
iphone más nuevo, aunque
a veces se quedan sin saldo ya que el sueldo no le alcanza. “no traigo datos” argumentan.
La generación en referencia, forma parte de las capas medias urbanas y rurales mexicanas nacida en
la última década del siglo pasado y las dos primeras del siglo XXI, que para
desgracia de sus padres se han
convertido en un verdadero dolor de cabeza. Por otra parte,
hay que reconocer que hay excepciones de jóvenes que enorgullecen a sus progenitores,
incluso, han logrado a su edad lo que
sus padres aún no lograban o nunca lograron.
El tema antes expuesto que sirva de referencia
para el público en general, y sobre todo para esa generación de jóvenes que, en un futuro
serán padres y tendrán que enfrentar situaciones como la descrita
o peores, de enseñar los hábitos
financieros que ahora practican.
Para cerrar este
espacio la pregunta que queda de tarea es la siguiente ¿En qué estamos fallando?
Por su atención, gracias.
Por su atención, gracias.